Al salir de La Casa de la Radio en Prado del Rey, después de la entrevista del otro día… Manel y yo, como de costumbre, nos pusimos a filosofar… ¡qué menos! La ocasión lo merecía. Claro, hablamos de nuestra primera vez en Radio Nacional, cómo no… pero al final acabamos hablando de niños. Entonces me acordé de que el otro día dejé pendiente un post acerca de la música brasileña dedicada a los niños. Hay mucho que contar ahí.
¿Qué pasa con los niños?... Hacerse esa pregunta es injusto o, cuando menos, un error… lo correcto sería… ¿qué pasa con los adultos? A fin de cuentas, los niños no son más que el reflejo directo de los adultos que tienen a su alrededor. Manque nos pese. Por tanto, si llegamos a la tesitura de preguntarnos… ¿qué pasa con los niños?, eso es que nosotros mismos a priori no debemos estar muy bien.
Cuando era niño, recuerdo perfectamente un sentimiento y reflexión que jamás me sacaba de la cabeza cada vez que me llevaban a cualquier casa ajena a la mía… amigos, familia, etc… ¿Qué habrá de interesante para un niño en ese sitio al que me llevan?... cualquier cosa me servía, un armario colorido, un cuadro, el suelo de colores, pegatinas en las ventanas, juguetes de mis amigos-primos, sus cajones… ¿qué tendrían esos cajones?! Menudas broncas me chupé por andar hurgando donde no debía! Lo hacía sin ánimo cotilla, la verdad sea dicha… quería ver… qué había de interesante allí… nada más. ¡Cotilla!
Otro sentimiento de infancia muy fuerte: tenía la sensación de que los adultos eran menos inteligentes que los niños; estaba convencido de ello. Eran mucho más despistados, se olvidaban de las cosas, se despistaban, sucedían cosas delante de ellos y no se daban cuenta… ¿pero qué les pasa?!... Pasa que están preocupados… pasa que tienen responsabilidades, pasa que te tienen a ti y que hay que darte de comer, vestirte, asearte, hacerte estudiar, ser capaz de contestar a tus preguntas de niño, quererte y, por el camino, intentar no olvidarse de ellos mismos. Pasa que la sociedad se vuelve hostil… demanda ocupar un lugar en tu tiempo y espacio… te aliena. Ser adulto es una movida. Nos pasamos la vida intentando alcanzar esa paz de espíritu, esa tranquilidad, esa felicidad que alcanzabas haciendo la cosa más trivial siendo niño… unos lo consiguen, otros se pierden por el camino.
Perder el contacto con la infancia es perder el contacto con tu propia niñez y, por extensión, contigo mismo. Hay personas que no son capaces de articular dos palabras con un niño… han perdido la costumbre! (cualquiera sabe bien a lo que me refiero, pasa con más adultos de lo que parece) Pero también fueron niños… ¿qué pasó? Pasa que entramos de lleno en la marabunta del mundo adulto y… y ni Peter Pan nos saca de aquí. No se trata de pretender vivir eternamente en la infancia… más bien de convivir con ella, de saber llevarla y reciclarla. Los niños son sorprendentes y eso, con frecuencia, se nos olvida a los adultos; y claro… luego nos preguntamos… ¿pero qué les pasa a los niños?
Ya quisiéramos los adultos tener la capacidad de aprendizaje y asimilación que tiene un niño… su plasticidad cerebral. Sin embargo, solo aventajamos a los niños en los contenidos de nuestro conocimiento, en todo lo demás nos superan con creces.
En eso… y en el control de las emociones… ellos, pobres, aún no han tenido tiempo de hacerse con ese endiablado mundo que tanto nos ayuda y tanto nos hace sufrir en el camino a los adultos. Es curioso como estos pequeños seres con una capacidad de aprendizaje insuperable disfrutan o sufren como si no hubiese un mañana. De ahí la importante de sus referentes vitales… muchos adultos se olvidan de eso. Por eso resulta grotesco ver a niños enfrascados en actividades artísticas de alto nivel o exposición como si fuesen monos de feria… los pobres articulan aquello para lo que se les ha adiestrado —sí porque… en ese momento su representación es mecánica, aún no puede ser emocional—. Esos despropósitos que a veces se ven por el mundo son un fiel reflejo de la empanada mental de los adultos a su alrededor… incluso de los que disfrutan viendo esas extrañas actuaciones. No se dan cuenta de que el arte o la interpretación artística va mucho más allá… tiene que ver con la abstracción del pensamiento, con la empatía, con el control o descontrol de las emociones… emociones menos primarias que las infantiles. Hay veces que no les dan tiempo a crecer… los adiestran y sueltan sobre un escenario como si tal cosa. ¿Pero cómo puede un niño saber lo que le pasaba por la mente a Bach, Beethoven, Hendrix o Holiday? Podrá ejecutar… pero, maldita sea… ¡dadles tiempo a sentir, crecer y aprender! Hay que hilar fino con los niños, sin duda. Hay adultos que aprovechan esa capacidad de aprendizaje que se tiene cuando se es niño para meter con calzador un aprendizaje que sí… será más efectivo iniciándose en la infancia, pero que inicialmente no pasará de mera ejecución, no interpretación. Para interpretar hay que entrar ya en el mundo de la abstracción y eso, hasta la adolescencia por lo menos, no se empieza a barruntar.
Conviene no olvidar que en la infancia se gesta TODO el futuro de una persona… en ella se construye la estantería mental en la cual se guardarán los libros a lo largo de edad adulta —el conocimiento, los contenidos—… construir en la infancia una estantería con las baldas torcidas, lo único que conseguirá será condenar por completo la capacidad de aprendizaje de ese individuo para el resto de su vida… en baldas torcidas los libros entran peor, se guardan peor. La acumulación de conocimientos en ese caso es menos óptima. Los niños DEBEN ser lo que son… niños. Sus propias inquietudes irán guiándoles tanto a ellos como a los padres. Por eso, en ocasiones ver a niños pequeños ejecutar de manera ejemplar algún instrumento, pieza u obra y comprobar sus inexpresivas caras infantiles de concentración, da un poco de coraje. ¡Vete a jugar niño! Que es lo tuyo. ¿Nadie se da cuenta de que el niño ejecuta pero no interioriza la abstracción de lo que hace? Si es tan fácil como dejarle crecer a gusto, sin más.
Su capacidad de inventar, imaginar, aprender, retener, razonar es sorprendente… muy superior a la de cualquier adulto. Carecen, eso sí, de contenidos académicos… ¡evidentemente!... no han tenido tiempo de acumularlos! La vida permitirá que con el tiempo los vayan acumulando pero, paradojas de la vida, al mismo tiempo que van conquistando ese terreno… se van alejando de su infancia, de su plasticidad… se van haciendo adultos, como el resto. Estamos encerrados en ese maquiavélico juego: siendo niños fuimos felices —por regla general— y nos pasamos la vida queriendo alcanzar esa misma felicidad de la cual disfrutamos… y por el camino, cuanto más crecemos, más conocimiento acumulamos, más vivencias, más saber… y más nos alejamos de aquello que fuimos. Lo que está claro es que no se trata de ser niños eternamente —el denominado síndrome de Peter Pan–, más bien de saber interpretar la infancia de uno mismo, convivir con ella y adaptarla a tu vida adulta. Esto me lleva a la siguiente pregunta… ¿pensamos que los niños son cortos?... ¿adultos en pequeño pero menos doctos?... ¿proyectos de adultos?... ¿qué son los niños?
Y aquí quería yo llegar. Una vez más la cultura musical brasileña es un buen ejemplo a seguir.
Brasil tiene aquello que podríamos denominar un subgénero dentro de su música muy interesante… música cuyo target está muy difuso entre la infancia y la edad adulta… algo muy peculiar. Canciones cuya estética y ademán es infantil pero que, en último caso, son auténticas perlas para adultos… para que esos adultos no pierdan el contacto con su propia infancia, para que sepan gestionar esa vida adulta y no se pierdan por el camino. Belleza pura, como cantaba Caetano.
Querría abordar una serie de ejemplos musicales que me acompañaron de niño… y me acompañan de adulto. Mi tiempo y espacio se ha visto tocado en infinidad de ocasiones por estos sones y letras que vienen a continuación.
En primer lugar, uno de los ejemplos más evidente: O Pato, de Jayme Silva y Neuza Teixeira —arreglado por João Gilberto, e interpretado aquí junto a Caetano Veloso—.
*.- Es un pato más pequeño.
Grandes. Tan grandes que no puedo comentar gran cosa al respecto. Solo decir que esto es una canción, a priori, hecha con estética infantil… pero es evidente lo difusa que queda aquí esa característica ya que la calidad de la composición, de la letra, de la interpretación es de tal nivel que trasciende edades. En realidad es una sátira de los críticos musicales, una sátira en la que se quiso buscar este lenguaje peculiar en el terreno infantil. Y ahí está una de las claves de este subgénero, tal como se concibe por algún sector de la Música Popular Brasileña… una composición para niños con tanto nivel… que trasciende edades… ¿acaso no es eso respetar la infancia más allá de lo que se acostumbra? Las aptitudes infantiles —a pesar de carecer de contenidos académicos— son como un músculo… también necesitan ejercitarse para no anquilosarse y perderse a lo largo de los años… la capacidad de sorprenderse, de imaginar, esa plasticidad cerebral que nos permite estar abiertos al mundo. Si, por el camino, el compositor le suelta un guante blanco a unos supuestos críticos musicales… ¡que le quiten lo bailao!
Esa estética peculiar, utilizando onomatopeyas, aliteraciones, y demás figuras literarias no es arbitraria… se busca con toda premeditación y alevosía. El uso de animales en este tipo de canciones también es muy frecuente, se utilizan como un juego con los niños… un clásico que a nadie le resulta extraño. En este sentido, otro caso excelente para el análisis es el siguiente:El Leoncito de Caetano Veloso, O Leãozinho:
En la sencillez radica su belleza. Elegante, fino, luminoso… el Leoncito habla del hijo de Caetano, al parecer compuso esta canción cuando su hijo aún era un niño. Canción bellísima, y no por infantil menos bella.
Otro tema que comparte condición con los anteriores: Na Ilha de Lia, no Barco de Rosa —En la Isla de Lia, en el Barco de Rosa—, de Edu Lobo y Chico Buarque de Holanda:
Esta misma pareja también tiene otra canción muy interesante en el aspecto que se analiza en este artículo: Ciranda da Bailarina (La Zaranda de la Bailarina),
Todas estas letras son preciosas y bastante difíciles de traducir, dicho sea de paso... especialmente esta última. Difíciles en el sentido de intentar mantener intacto el espirito con el que se concibieron... en este último caso, una canción dirigida a todos los niños con dificultades... todos tenemos defectos, no pasa nada. La característica didáctica, como es obvio, siempre presente en estas canciones. Aunque en este caso más que didáctica, personalmente diría que se trata más bien de una ayuda emocional psicológica para los niños desfavorecidos.
Un ejemplo de Chico Buarque de Holanda bellísimo, Juan y María… una canción muy peculiar en la que Chico introduce un sentimiento prácticamente prohibido en casi todo lo que se compone para niños: la nostalgia. Un recurso que, cuando utilizado pensando en los más pequeños, se hace de manera pueril y desvirtuada. Este João e Maria es un ejemplo perfecto de cómo saltarse todas las reglas o esquemas preconcebidos. Una vez más, una letra muy difícilmente superable.
Con una letra de estas, el que se desarma es el adulto y no el niño! El niño en principio escuchará una canción de niños, pero difícilmente echará de menos su infancia... ¡aún está en ella!
Y cómo no… no podía faltar… una de las canciones infantiles más bellas que jamás se hayan hecho:
Filosofía pura. Reflexión vital total, empaquetada y envuelta para regalo!
Aquarela de Toquinho. Una letra colorida, fresca, llena de imaginación… Curioso… la unión de estas características siempre hace tender hacia el mundo infantil… después del desarrollo de este post, supongo que la razón es evidente… ellos tienen el frescor vital! Mantenerlo solo depende de cada individuo, de sus circunstancias y de cómo crece y envejece. Hay individuos con ochenta años más jóvenes que chavales de quince… es curiosa la vida.
Con todo, tengo la sensación de que las emociones de los niños están relativamente abandonadas porque los adultos hemos olvidado aquello que fuimos… niños. De alguna forma los hemos dejado solos en su despertar al mundo, porque nosotros ya despertamos y ahora mismo nos tienen demasiado ocupados intentando mantener a flote el barco. ¿Qué padre puede tener malas intenciones hacia sus hijos?... cabría preguntarse no en vano… ¿recuerda el padre/madre las emociones que experimentó al despertar a la vida, al ir descubriendo cosas, la realidad? Cuando la sociedad en la que vivimos exige tanto de nosotros, nos cosifica, nos aliena… ¿no es lógico que olvidemos con más facilidad esas emociones experimentadas en la infancia?
No son emociones infantiles… son emociones experimentadas en periodos vitales infantiles. Emociones humanas a fin de cuentas.
La sociedad se vuelve caníbal porque nosotros mismos permitimos que así sea. Sin embargo, estos compositores, estos músicos, estos intérpretes… quisieron poner su pequeño grano de arena para intentar difuminar esa barrera entre el sentir infantil y el adulto. El tiempo pasa, y por regla general hace callo… La habilidad, la destreza para vivir reside en cómo gestionar ese paso del tiempo. La vida a veces parece una eterna carrera hacia la felicidad, aquella que experimentamos siendo niños y, sin embargo, la solución la tenemos tan cerca que se hace invisible. Sí porque… después de todo… la vida es una cuestión de actitud. ¿No es acaso la actitud la que diferencia al niño del adulto? Actitud ante la vida, actitud ante las cosas.
Los niños somos todos… con la única diferencia de que el paso del tiempo y la memoria van nublando algunas cosas. Los niños no necesitan más que atención… cariño… afecto, contacto, aprender, descubrir… pautas, caminos a seguir, horarios —muy importantes al inicio, aunque no lo parezca—. Casi nada. A cambio, nos aportan algo que olvidamos… son la prueba palpable de que sí, la felicidad existe… claro que existe… pero con el tiempo la vamos dejando en el fondo del cajón; a veces nos olvidamos de dónde la guardamos décadas atrás… pero es tan real como la sonrisa de ese enano con el que te has cruzado o al que acuestas todas las noches en su cama.
Los niños y sus cerebros. Altamente cambiantes… aprendiendo a velocidades vertiginosas, en ocasiones —especialmente al llegar a la adolescencia— la velocidad de aprendizaje y crecimiento es tal que la revolución hacia el mundo exterior se hace inevitable… al volver de esa revolución… ¿dónde queda el niño que se fue? Crecemos olvidando aquellas aptitudes que teníamos siendo niños… aquellas actitudes… aquellas querencias infantiles. Recuperar esas destrezas es el camino a la felicidad. Realmente nunca se perdieron, solo hay que refrescarlas. He visto a personas que han recuperado hobbies de su infancia y… claro… se les ve felices. A fin de cuentas… ¿Cuál es el sentido de todo esto?... ¿cuál es el sentido de la vida? Si a un padre le preguntan… ¿qué quiere usted para su hijo?... ¿qué contestará?... parece evidente: que sea feliz.
Y así nos pasamos la vida… buscando la felicidad. Lo que me sorprende es lo desorientados que estamos a veces los adultos en ésa búsqueda cuando, por curioso que pueda parecer, la solución está en nosotros mismos… pero no en nosotros ahora… sino en lo que fuimos. La clave quizá está en recordar aquello que fuimos, que sentimos, el cómo nos divertimos aquella vez, aquel día, aquel beso, aquel bocadillo al salir del cole… no se trata de volvernos adultos infantiles… se trata de concebir nuestras fases vitales como un todo indivisible, pero dinámico, voluble, mutable… algo inevitable dado el paso del tiempo y el capricho de las circunstancias vitales de cada quien.
Dicho esto… atentos a la infancia… en ellos está el frescor vital. Es un espectáculo ser testigo de un crecimiento… de quién sea. El despertar a la vida, el descubrimiento, las sonrisas incondicionadas e incondicionales… la inocencia, la sinceridad de quien empieza a lidiar con las primeras emociones primarias. El espectáculo emocional humano. Es una pena que, por capricho de la avaricia y codicia humana, nos estemos deshumanizando; aquellos que definitivamente abandonaron ese regreso al redescubrirse a uno mismo… a encontrar su raíz vital, su felicidad, su punto de partida… van por la vida sin empatía alguna, priorizando y marcando objetivos más allá de sus límites. Ya lo decía Manuel Galán en el programa En La Nube de Radio 3 al finalizar…
Voy a pensar en un mundo en el que la economía esté al servicio del ser humano y no al revés, como nos pasa ahora… donde el beneficio real gire en torno al arte, que es lo que realmente importa (sic).
Manuel Galán dixit.
Manuel… a eso te respondo ¡amén!... y te diré que esos mismos que deshumanizan el mundo, pagan lo que hacen… y no por una justicia inmanente redentora… que va! es aún peor… es su propio inconsciente el que les hace pagar. Siendo niño el papel está en blanco pero… al crecer, algunos individuos se transforman en grotescas caricaturas de sí mismos… cuando quieren dar por sí —quizá ante un mal palo en la vida, como tantos que acontecen— se dan cuenta de que no se soportan a sí mismos… de que lo tienen todo y no tienen nada. Ahí sí, la vida se vuelve plúmbea y difícil de llevar… cuando te das cuenta de que no te soportas. Tenemos esa manía de minusvalorar el período infantil… y lo hacemos porque estamos más perdidos que nadie. Alienados. Cosificados.
Por tanto te doy toda la razón… el Arte es esa fotografía en el tiempo de la psique humana… sin Arte no nos conocemos, y si no nos conocemos… jamás nos encontraremos… andaremos perdidos por ahí, como esas caricaturas grotescas de las que hablaba.
Maldita sea… Esos locos bajitos… 🙂 será posible que en ellos esté la clave de todo y nosotros sin saberlo… (no solo de Brasil salen todas las perlas; aunque en este caso el tema no cumple el paradigma brasileño… más bien es una canción de adultos cantando a sus enanos, está claro!)
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**.- Todas las canciones las he traducido yo Luis Asiaín, por tanto asumo los errores que pueda haber. Si alguien detecta algo que lo diga!
Conclusión.- Sean felices y aprendan de los niños... no hay más que refrescar la memoria. Hay que respetar más la infancia porque de ella se puede aprender mucho más de lo que imaginamos... sencillamente estamos tan ocupados con nuestra vida adulta que no nos damos cuenta de que las cosas verdaderamente importantes... las estamos obviando... y a veces necesitan refrescarse. Ese refresco nos da salud mental y descanso, sin duda.
Los niños no son propiedad de nadie más que de sí mismos... ahora bien... son nuestra responsabilidad inalienable... ya lo decía Serrat: ... Nos empeñaos en dirigir sus vidas/ sin saber de oficio y sin vocación/les vamos transmitiendo nuestras frustraciones/con la leche templada/y en cada canción.
Personalmente, creo que hay que tener más respeto por la infancia... o, si se prefiere, por el período infantil. Un momento tan crucial en la vida del ser humano no puede ser tan minusvalorado como lo hacemos en nuestra cultura. La mayor nota de corte en las universidades debería estar en las carreras de Magisterio. Nadie valora la labor incuestionable de los maestros... de ellos depende esa «estantería mental» de la que hablábamos... unas baldas mal puestas y JAMÁS se recuperarán esos espacios... la capacidad de aprendizaje de ese individuo, futuro adulto (ingeniero, arquitecto, abogada, filóloga, barrendero, carnicera, pescador, productor, músico, periodista), habrá quedado comprometida y destinada para siempre. Evidentemente esto es extensible a TODOS los adultos, incluidos los padres. No por ser padre se debería tener carta blanca sobre el propio hijo... una concepción bastante simplista y retrograda de la paternidad ya que, en último caso, te debes a ese futuro adulto... aunque solo sea porque te quiere con locura. Pero claro... vivimos en una sociedad en la que se da por hecho que naces sin saber conducir un coche y te sacas un carnet para poder hacerlo... y al mismo tiempo se da por hecho que debes haber nacido sabiendo ser padre... ¿será eso cierto? El instinto sin duda lo tenemos... ¿nos ceñimos exclusivamente al instinto? Malo no será pero... estando en el siglo XXI... cabría suponer que ya no tenemos necesidad de reducirnos a lo meramente instintivo.
PD.- Evidentemente, todo lo reflexionado en este post estaba en nuestras mentes al hacer el séptimo corte de nuestro disco... Sapos y Ranas:
¿Y qué otra cosa podríamos tener en mente? Animales... onomatopeyas, aliteraciones, moralejas (las diferencias entre unos y otros son superadas por las emociones)... etc. Todo se reduce a lo mismo: más respeto. Hay que respetar más el periodo infantil. Los adultos no somos más que un desarrollo que parte de ese eje inicial. Allá cada cual.
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Ésa versión del Leaozinho es la primera que oigo que se acerca a lo bonita que es cuando la cantas tú.
Un abrazo
Fer
Preciosos ejemplos. Me gustaría añadir otros tres que me encantan:
Borboleta cantada por Adriana Calcanhotto en su primer disco para niños como Adriana Partimpim.
http://www.youtube.com/watch?v=xiO1dDjz0LY (mejor escucharlo con los ojos cerrados).
A casa del gran Vinicius, por Toquinho y sigue con otras... http://www.youtube.com/watch?v=rq8l25Xhq4U
Un Rayito de luna, cantado por Beatrice Binotti http://www.youtube.com/watch?v=RKdZs8Id6RM
Muchas gracias Fer... pero no me queda más remedio que discrepar!! Como el amigo Caetano... nadie!! jeje... un abrazo hacia el otro lado del charco!! Gracias por el coment!
Carmen, preciosos ejemplos!! Beatrice tiene una voz preciosa... y además la utiliza de lux! ‑cosa que no siempre se hace al mismo tiempo! :p-... Adriana, Vinicius, Toquinho... hay canciones para aburrir!! Todo un mundo!! Beso y gracias por comentar!!
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Bueno en el caso de «O Pato» el parafraseo «Tico Tico no fubá» no es precisamente algo muy infantil que digamos jajaja Te felicito por el post