La primera vez que escuché a Joni Mitchell mi madre andaba por casa, yo me senté en el sillón… enchufé la tele y encontré esto:
Enlace al clip aquí, no está autorizada la inserción.
Aún jovencito, no conocía The Last Waltz… —¡cómo me gustaría volver a conocerlo por primera vez!— Cuando Joni sube al escenario a cantar Coyote tampoco me llamó tanto la atención… pero cuando terminó la canción no paraba de pensar… «who tha f… is that woman!?»
Además, al terminar el concierto se despiden los músicos en ese glorioso momento ya por muchos conocido, por otros tantos aún por conocer —malditos suertudos—:
Sobre el escenario: Bob Dylan, Van Morrison, Robbie Robertson, Levon Helm, Richard Manuel, Rick Danko, Garth Hudson, Eric Clapton, Ronnie Wood, Niel Young, Niel Diamond, Ringo Starr, Dr. John y… Joni Mitchell… ¡la única mujer!
Pero… ¿por qué era la única mujer allí? ¿acaso todos ellos eran una panda de machistas? ¿lo era el organizador? ¿por qué ella sí y otras no? entre tanto genio del Rock and Roll había una mujer… ¿pero quién era esa mujer? ¿qué razón existía para que solo ella estuviese allí? O mejor, ¿qué razón existía para que otras mujeres no estuviesen allí? (Nota.- Emmylou Harris también aparece en la película interpretando Evangeline junto a The Band pero en una grabación de estudio, NO en el concierto).
… ¿hay machismo en la música? ¿en el Arte? ¿o es solo en la industria? ¿es el episodio de Joni Mitchell en el Último Vals ejemplo de ello?
En general no soy un obseso coleccionista de los músicos que me gustan; es muy raro que me guste la totalidad de lo que ha hecho un artista concreto… y está bien que así sea, creo yo. Si fuesen perfectos empezaría a sospechar… y claro, ahí radica la contradicción que todo lo bendice: en su imperfección radica la perfección. Joni Mitchell para mi es uno de esos casos. Pero muy, muy por encima de la media. Querría analizar y reflexionar en este artículo un poco sobre el personaje y su fenómeno. Nada más.
Roberta Joan Anderson —Joni Mitchell— nace el 7 de noviembre de 1943 en Canadá. La casa en la que vivió de niña no tenía agua corriente ni tuberías; vivía en un pequeño poblado por el que pasaba una línea de ferrocarril. La ventana de su habitación estaba justo al lado de la vía del tren, a escasos metros. Solo pasaba un tren al día, y ella solía sentarse en su cama para mirar por la ventana y saludar con la mano al conductor. Muchos años más tarde, los padres de Joni coincidieron con el conductor de aquel tren en una fiesta y éste les dijo que lo único que recordaba de su pueblo eran los adornos navideños y una niña que saludaba desde una ventana al lado de la vía.
Estudió piano pero la profesora insistía en que nunca llegaría a nada porque tenía la manía de querer memorizar las cosas y hacerlas de manera sentida, tocaba de oído… no leía las partituras y no tocaba de manera ortodoxa, cosa que la profesora consideraba un pecado. Ni corta ni perezosa, Joni dejó las clases. No domeñó su instinto a los parámetros de su profesora.
Cuando Mitchell tenía 8 años —1951— hubo una fuerte epidemia de polio en Canadá. Tanto ella como, casualmente, Neil Young —viviendo en Ontario, aún niño y al que no conocería hasta mucho más tarde— tuvieron el virus. Este episodio marcaría su vida, no solo a nivel psicológico, sino también su peculiar forma de afinar la guitarra, por increíble que pueda parecer. Ya se explicará más adelante.
Empezó a fumar con nueve años y, por si fuera poco, era una inadaptada al sistema educativo… su desempeño escolar dejaba mucho que desear y sus calificaciones lo reflejaban; sus profesores sin embargo la consideraban una alumna inteligente, superior a la media, pero irreverente e inadaptada. Ella consideró desde muy joven que en el sistema educativo se enseñaba lo que se debía pensar, no a pensar. No había margen para el libre pensamiento; se entrenaba a los alumnos para vivir en una sociedad en la que el pensamiento libre y crítico no era deseable —paradojas de la vida, no se aleja mucho de lo que sucede actualmente—.
Muy aficionada a pintar desde niña, un día, el que fuera su profesor preferido le dijo… «si te gusta pintar con un pincel, también puedes pintar con las palabras». Esto tuvo un fuerte impacto sobre ella y, desde luego, explica en gran medida el estilo tan característico y personal de sus letras. Además, fue autodidacta en la guitarra, empezó con un songbook de Pete Seeger pero nunca lo terminó; gracias a algunas canciones folk que iba incorporando a su repertorio, descubrió que cambiando las afinaciones de la guitarra había todo un mundo detrás. Con todo, era rechazada en las buenas salas de conciertos y trabajó de dependienta en una tienda de ropa femenina para poder hacer frente a sus gastos. Incorporaba canciones nuevas a su repertorio pero no le dejaban cantarlas en ningún garito porque no eran suyas… así pues, empezó a componer sus propios temas.
Se cansó de luchar contra los elementos, empezó a perder interés en la música y la composición. En ese preciso momento se queda embarazada, y da a luz a una niña a la que por falta de medios y recursos tiene que dar en adopción —1965—. Según Mitchell, el verdadero momento en el que surge la inspiración para sus composiciones vino a raíz de quedarse embarazada y verse impotente y sin recursos para sacar a su hija adelante, viéndose obligada a darla en adopción. Muchos años más tarde —1997— fue conocido el reencuentro de Joni Mitchell con su hija Kilauren Gibb.
La frustración interna… desencadenó la inevitable eclosión creativa que esta mujer tenía dentro. Y de qué manera.
Son conocidas las letras de Mitchell, por lo poéticas, atípicas y complejas que son; nada de clichés… muy poco frecuentes; y mucho menos frecuentes entre las mujeres de la época, puesto que las grandes artistas comerciales solían comprar las composiciones y no componer las suyas propias. Aquellas que componían su propio material por impulso vital, tenían una cosa en común: eran sujetos deseantes. Así… literalmente… sujetos deseantes, al mismo nivel que sus coetáneos masculinos. Y eso es fruto directo de la liberación de la mujer. Liberación que costó más de lo que parece. Y a los hechos artísticos me remito, Joni era la ÚNICA mujer sobre el escenario en The Last Waltz, y nada es por casualidad. Como Joni Mitchell: Sandy Denny de Fairport Convention, Nina Simone, Janis Joplin… mujeres mucho más que liberadas. Mujeres que sentaban paradigma en un momento de cambio de mentalidad; repito, eran las excepciones a la norma. Pero grandes excepciones.
Ese perfil peculiar o novedoso por entonces, sintetizaba la mujer liberada… la mujer que vivía su vida como considerara oportuno, al margen de imperativos externos. Esto suponía que también lo hacían en el plano sexual y, claro, si se liberaba la mujer… empezaba pues la liberación sexual. Ya se sabe que dos no…. si uno no quiere —o no puede—.
Pero liberarse sexualmente —liberar el deseo— introduce un nuevo parámetro en la encorsetada mentalidad femenina imperante: la frustración del deseo. Ortega y Gasset escribía en sus Estudios sobre el amor:
La excelencia varonil (…) radica en un hacer; la de la mujer en un ser y en un estar; (…) el hombre vale por lo que hace; la mujer por lo que es.
Esta afirmación no deja de reflejar el reduccionismo de una mentalidad pasada. Pero un reduccionismo que reflejaba —o dejaba constancia— de una realidad tangible en aquel momento, hace no tantos años. Y no dejaba de ser cierto entonces… ¿Quién se puede o podía permitir el lujo de seleccionar? Desde luego en la sociedad en la que vivimos nosotros y en la que han vivido nuestros padres el hombre era más «cazador» y ella, subrepticiamente, se «dejaba cazar» por quien considerara o seleccionara. Pero el hombre echaba el anzuelo aquí y allá. Sin más. Por tanto él «hacía»… ella «era», «seleccionaba».
Pero en el momento en el que esos perfiles femeninos empezaron a liberarse, también empezaron a «cazar»… dejaron de adoptar el rol selectivo, para adoptar el de cazador, el de sujeto deseante y, por consiguiente, perfiles sujetos a frustración. Porque solo se frustra el que va de caza, y acaba lamiendo sus heridas en solitario y no en compañía, como cantaba Joni en Coyote: Where the players lick their wounds…
Y la necesidad de transmitir emociones —Arte— surge de la angustia de tenerlas acumuladas y quizá atascadas… la frustración no es más que el pitorro de la olla a presión. Si la mujer es el óvulo, y los hombres son los espermatozoides… una cosa esta clara, solo entra dentro uno… y será el que ella quiera. Punto. Ahora bien, los que quedan fuera serán los que acumulen su «querer y no poder», los que se frustren… Pero el espermatozoide que ha entrado… amigo, ese se pegará el atracón, pero jamás hará Arte, porque no tiene la necesidad de abrir la olla: alcanzó su meta. Y por desgracia, la historia del Arte se compone casi en su totalidad de tullidos amorosos que jamás fueron capaces de «llegar a su meta u objetivo»… o, peor aún, lo probaron momentáneamente, para que el deseo y el dolor fuese más acuciante al quedar con la miel en los labios, para después verse privados del disfrute de la conquista lograda. Arte hace quien ha sufrido desamor o deseo frustrado, quien deseó y no se sintió correspondido o no fue deseado de manera recíproca, como respuesta a su deseo; el que sufrió por querer y no poder; el que acumuló frustración a causa de esa situación necesita liberar presión y canalizar sus emociones hacía el exterior de algún modo. Unos eligen la Literatura, otros la Música, otros los lienzos, otros…
Basta salir a la calle, doblar una esquina, y nos topamos con este paradigma una y otra vez… es constante en las relaciones humanas.
Y entonces allí estaba Joni, única mujer sobre el escenario, junto a aquellos tullidos del amor… tullidos que una vez alcanzado el éxito, conquistaron todos los óvulos que se les ponían por delante; porque una vez que el espermatozoide alcanza el éxito, entra más fácilmente en los otros ovarios… otra cosa es que a éstos, el espermatozoide de turno, los considere como el hogar definitivo que, por lo general, no es el caso.
Por eso estaba Mitchell sobre aquel escenario, porque sus letras la colocaron allí, porque su música la colocó allí, porque todos la adoraban —y adoran—, porque es grande… tanto o más que los que estaban a su lado; porque ella era espermatozoide y no óvulo; porque muchos de ellos ni siquiera serían capaces de escribir letras como las suyas, de interpretarlas, de cantarlas…; porque su arte se hacía respetar por sí mismo; porque ella lo valía; porque era un sujeto deseante, como el resto; porque ser ese sujeto deseante es la piedra angular de la historia del Rock and Roll, del Folk, del Blues…; porque era ese espíritu libre y liberado, tan poco frecuente.
En una sociedad encorsetada y que ha claudicado ante la inercia de los usos y costumbres, quién nace y forja carácter como reacción a la acción de éstos, tendrá una fuerza proporcional a la opresión que recibe… por ello, será más genial cuanto más hostil sea el medio. Y allí estaba Mitchell.
Es el reproche que le puedo hacer a mis coetáneas femeninas, al menos a las de mi generación. Se acomodaron en ese proceso de liberación y… como dicen los ingleses… just took it for granted. Se han movido por comodidad y cobardía a base de clichés. Todos ñoños o parcialmente ciertos. Afortunadamente, ahora podemos comprobar cómo infinidad de mujeres triunfan cantando, componiendo y tocando… es el reflejo de esa liberación. Encuentro menos gente de mi generación de lo que cabría esperar, las jóvenes le han pillado el truco mucho mejor —al menos es mi opinión—. Lo que es cierto es que en todos esos casos con los que me he topado, cuando el Arte va dentro… también va el deseo. Y esto, que hoy nos puede parecer más o menos obvio, hace décadas era UN DESCARO. La cantante, artista o intérprete era un florero muy bonito envuelto para regalo que, si tenía éxito, tendría el privilegio de poder elegir lo que cantaba… y luchar contra eso no fue fácil… por ESO Joni Mitchell estaba en aquel escenario. Por eso.
Por eso, y porque escribía letras como esta:
No solo las escribía... además las cantaba así... a buen entendedor...
A parte, no puedo evitar ver reflejada en el carácter de Joni, a la misma persona que rondaba por casa cuando descubrí aquel concierto; asocio el espíritu y carácter de ambas inevitablemente desde entonces. No sé a qué se debe… pero así es. Una forma de estar, una ingenuidad inicial que no claudicaba al medio, unas ganas de vivir, de disfrutar, un impulso creativo… que a unas las llevó por un camino y a otras por otro. Pero espíritus gemelos a fin de cuentas. No me cabe la menor duda. Femineidad con mayúscula, aquella que combina la fortaleza de ser mujer y la sutil delicadeza de cómo lo cuentan. Los hombres son más prosaicos, menos sutiles, ya se sabe: they paved Paradise… put up a parking lot…
Por cierto, en este último clip se puede observar la sencillez de la técnica de la mano izquierda de Joni… ¿saben a qué es debido? Suele tocar con afinaciones abiertas —los músicos entenderán a qué me refiero—… pero, ¿saben por qué lo hacía? Como dije más arriba, de niña tuvo polio, y esto dejó alguna secuela en sus manos; para no complicarse la vida con difíciles posiciones sobre el mástil, exploró el mundo de las afinaciones abiertas, habiendo llegado a utilizar más de cincuenta distintas a lo largo de su carrera —ya escribí sobre afinaciones hace tiempo—. De muchas de las cuales ya ni se acuerda. Ese es el misterio de la mano izquierda de Mitchell. Una niña que tuvo polio, se inventa y juega con las afinaciones de la guitarra contra la ortodoxia de la mayoría de músicos —que ya sabemos cómo las gastan—, unas letras inmejorables, poéticas, bien hechas, bien cantadas, entonadas, líneas melódicas de todo menos convencionales… una mujer que acaba siendo la única que se sube al escenario con aquellos piezas del Último Vals. También se subió con Path Metheny, Jaco Pastorius, Charles Mingus, Herbie Hancock, e infinidad de ellos más… Joni Mitchell verdaderamente ES grande. Enorme.
Tanto, que se dice… se comenta… que cuando los Led Zeppelin fueron to California —Going to California— le cantaban a la autora de la canción «California», precisamente:
Y aquí Going to California:
«To find a queen without a king, they say she plays guitar, cries and sings… oh she sings…»
Y tanto que cantaba. Encima… van los Zeppelin y le dedican una canción. Pues nada.
Es pues para mi, Joni Mitchell, un ejemplo de cómo la falta de buenas artistas femeninas no se justifica debido a una sociedad machista. La responsabilidad es compartida. ¿Cuántas mujeres podrían haber tomado la vía de Mitchell? Hay que tener en cuenta que la población se divide, más o menos, en mitad hombres, mitad mujeres… no somos veintisiete veces más hombres que mujeres, quiero decir. Además, cuanto más fuerte sea el impulso opresor —como lo ha sido en las sociedades patriarcales de la cultura que nos ha tocado vivir—, mayor es el nivel de reacción por parte de quién emite el mensaje artístico: acción-reacción.
Y aún así… la proporción en aquel escenario del Último Vals habla por sí sola. Para liberarse no hacía falta solamente pavimentar la carretera… también había que subirse al coche, carretera y manta. Así lo hizo Mitchell. Allí estaban los demás tullidos amorosos, cantándole a sus penas y a sus lamentos… y, por tanto, el Coyote de Joni no podía estar mejor ubicado… prisoner of the white lines on the freeway...
Letra traducida de Coyote:
En fin, este artículo no lo escribo para hacer un análisis exhaustivo de Joni Mitchell, para eso están la web, la wiki o los libros. Pero la reflexión anterior creo sí es necesaria para entender lo grande que ha sido, es y será esta mujer. También para luchar contra la comodidad de los clichés establecidos… reducirlo todo a eso es muy cómodo. Mover el culo cuesta más. Y si no existiesen personas como Joni Mitchell, Nina Simone, Billie Holiday, Elis Regina, etc… yo no diría ni mu. Pero el caso es que existieron y, por tanto, comprometen, cuestionan y echan por tierra la teoría de mucha gente. Fueron luchadoras en su tiempo, lucharon por su consolidación como mujeres libres —y deseantes—, no como meros objetos de deseo. No tiene nada de malo ser deseada… se complica si no eres más que eso… deseada; ahí sí… si la mujer se ciñe únicamente al rol de objeto de deseo, solamente será deseada, porque no desea. Y en esto hay que mojarse… enfangarse. Es por esto que —en número— hay muchos más artistas hombres que mujeres —cosa que, afortunadamente, ya se va corrigiendo y nivelando—. Pero la Historia de varias ramas del Arte está absolutamente condicionada por esta circunstancia y desnivel. Y no se puede culpar exclusivamente al machismo —que por supuesto fue condicionante—… Hay una carretera que nosotros no podemos andar por ellas, y la visión reduccionista de Ortega y Gasset no funcionó con Mitchell y demás mujeres mencionadas arriba… ¿por algo será no?
Pero todo ha cambiado. Afortunadamente. El espíritu deseante femenino ya es mucho más tangible y común que hace años. Hoy, el escenario de The Last Waltz habría estado más equilibrado. Bueno… en realidad hoy no existiría un The Last Waltz porque no hay fruta para componer esa macedonia. No están los tiempos para andar haciendo comparaciones; si lo hacemos nos podemos quemar —o no—. Pero, sin duda, en caso de producirse, habría estado más equilibrado en términos de género. Estoy convencido. Y eso es bueno.
Hoy, Joni Mitchell se ha retirado de los escenarios y se esfuerza en dar a conocer la enfermedad que ha desarrollado en los últimos años: síndrome de Morgellons. Una enfermedad rara y crónica bastante desconocida. Mitchell quiere utilizar su condición de figura pública, para llamar la atención sobre una enfermedad oculta y poco conocida, con el fin de intentar ayudar a quienes no tienen los recursos para pedir ayuda.
Qué impresionante puede llegar a ser la vida en ocasiones; es gratificante comprobar que hay personas que fueron capaces de cambiar incluso el sentido de la propia corriente contra la que navegaban… eso sí es tener mérito. Y fuerza. Y valor. Si Roberta Joan Anderson hubiese hecho caso a su profesora de piano, hoy quizá seguiría trabajando como dependienta en aquella tienda de ropa de su juventud. Pero se mantuvo fiel a sí misma, a su naturaleza, a su instinto... no domeñó su vida al medio en el que estaba porque ella consideró que ese medio estaba equivocado. Podría no haberlo estado... o sí... el caso es que se dejó llevar por su instinto; y otra cosa no, pero para ser capaz de dejarse llevar por el instinto de uno mismo, hay que tener mucho más valor del que parece. Ahora, muchos años más tarde, ya sé y tengo muy claro por qué estaba Joni Mitchell sobre aquel escenario… ya no tengo ninguna duda. Ahora eso sí y como siempre… allá cada cual.
Pd.- Versión «adulta» de Both Sides Now... de obligada escucha:
no doubt, very inspiring woman... Fantástico artigo!
Muchos años después de publicado este artículo sobre ella lo leo, que bueno !! Gracias por compartirlo...