Joni Mitchell, una mujer y la Música

La pri­me­ra vez que escu­ché a Joni Mit­chell mi madre anda­ba por casa, yo me sen­té en el sillón… enchu­fé la tele y encon­tré esto:

Enla­ce al clip aquí, no está auto­ri­za­da la inserción.

Aún joven­ci­to, no cono­cía The Last Waltz… —¡cómo me gus­ta­ría vol­ver a cono­cer­lo por pri­me­ra vez!— Cuan­do Joni sube al esce­na­rio a can­tar Coyo­te tam­po­co me lla­mó tan­to la aten­ción… pero cuan­do ter­mi­nó la can­ción no para­ba de pen­sar… «who tha f… is that woman!?»

Ade­más, al ter­mi­nar el con­cier­to se des­pi­den los músi­cos en ese glo­rio­so momen­to ya por muchos cono­ci­do, por otros tan­tos aún por cono­cer —mal­di­tos suertudos—:

Sobre el esce­na­rio: Bob Dylan, Van Morri­son, Rob­bie Rober­tson, Levon Helm, Richard Manuel, Rick Dan­ko, Garth Hud­son, Eric Clap­ton, Ron­nie Wood, Niel Young, Niel Dia­mond, Rin­go Starr, Dr. John y… Joni Mit­chell… ¡la úni­ca mujer!

Pero… ¿por qué era la úni­ca mujer allí? ¿aca­so todos ellos eran una pan­da de machis­tas? ¿lo era el orga­ni­za­dor? ¿por qué ella sí y otras no? entre tan­to genio del Rock and Roll había una mujer… ¿pero quién era esa mujer? ¿qué razón exis­tía para que solo ella estu­vie­se allí? O mejor, ¿qué razón exis­tía para que otras muje­res no estu­vie­sen allí? (Nota.- Emmy­lou Harris tam­bién apa­re­ce en la pelí­cu­la inter­pre­tan­do Evan­ge­li­ne jun­to a The Band pero en una gra­ba­ción de estu­dio, NO en el concierto).

… ¿hay machis­mo en la músi­ca? ¿en el Arte? ¿o es solo en la indus­tria? ¿es el epi­so­dio de Joni Mit­chell en el Últi­mo Vals ejem­plo de ello?

En gene­ral no soy un obse­so colec­cio­nis­ta de los músi­cos que me gus­tan; es muy raro que me gus­te la tota­li­dad de lo que ha hecho un artis­ta con­cre­to… y está bien que así sea, creo yo. Si fue­sen per­fec­tos empe­za­ría a sos­pe­char… y cla­ro, ahí radi­ca la con­tra­dic­ción que todo lo ben­di­ce: en su imper­fec­ción radi­ca la per­fec­ción. Joni Mit­chell para mi es uno de esos casos. Pero muy, muy por enci­ma de la media. Que­rría ana­li­zar y refle­xio­nar en este artícu­lo un poco sobre el per­so­na­je y su fenó­meno. Nada más.

Rober­ta Joan Ander­son —Joni Mit­chell— nace el 7 de noviem­bre de 1943 en Cana­dá. La casa en la que vivió de niña no tenía agua corrien­te ni tube­rías; vivía en un peque­ño pobla­do por el que pasa­ba una línea de ferro­ca­rril. La ven­ta­na de su habi­ta­ción esta­ba jus­to al lado de la vía del tren, a esca­sos metros. Solo pasa­ba un tren al día, y ella solía sen­tar­se en su cama para mirar por la ven­ta­na y salu­dar con la mano al con­duc­tor. Muchos años más tar­de, los padres de Joni coin­ci­die­ron con el con­duc­tor de aquel tren en una fies­ta y éste les dijo que lo úni­co que recor­da­ba de su pue­blo eran los ador­nos navi­de­ños y una niña que salu­da­ba des­de una ven­ta­na al lado de la vía.

Estu­dió piano pero la pro­fe­so­ra insis­tía en que nun­ca lle­ga­ría a nada por­que tenía la manía de que­rer memo­ri­zar las cosas y hacer­las de mane­ra sen­ti­da, toca­ba de oído… no leía las par­ti­tu­ras y no toca­ba de mane­ra orto­do­xa, cosa que la pro­fe­so­ra con­si­de­ra­ba un peca­do. Ni cor­ta ni pere­zo­sa, Joni dejó las cla­ses. No dome­ñó su ins­tin­to a los pará­me­tros de su profesora.

Cuan­do Mit­chell tenía 8 años —1951— hubo una fuer­te epi­de­mia de polio en Cana­dá. Tan­to ella como, casual­men­te, Neil Young —vivien­do en Onta­rio, aún niño y al que no cono­ce­ría has­ta mucho más tar­de— tuvie­ron el virus. Este epi­so­dio mar­ca­ría su vida, no solo a nivel psi­co­ló­gi­co, sino tam­bién su pecu­liar for­ma de afi­nar la gui­ta­rra, por increí­ble que pue­da pare­cer. Ya se expli­ca­rá más adelante.

Empe­zó a fumar con nue­ve años y, por si fue­ra poco, era una inadap­ta­da al sis­te­ma edu­ca­ti­vo… su desem­pe­ño esco­lar deja­ba mucho que desear y sus cali­fi­ca­cio­nes lo refle­ja­ban; sus pro­fe­so­res sin embar­go la con­si­de­ra­ban una alum­na inte­li­gen­te, supe­rior a la media, pero irre­ve­ren­te e inadap­ta­da. Ella con­si­de­ró des­de muy joven que en el sis­te­ma edu­ca­ti­vo se ense­ña­ba lo que se debía pen­sar, no  a pen­sar. No había mar­gen para el libre pen­sa­mien­to; se entre­na­ba a los alum­nos para vivir en una socie­dad en la que el pen­sa­mien­to libre y crí­ti­co no era desea­ble —para­do­jas de la vida, no se ale­ja mucho de lo que suce­de actualmente—.

Muy afi­cio­na­da a pin­tar des­de niña, un día, el que fue­ra su pro­fe­sor pre­fe­ri­do le dijo… «si te gus­ta pin­tar con un pin­cel, tam­bién pue­des pin­tar con las pala­bras». Esto tuvo un fuer­te impac­to sobre ella y, des­de lue­go, expli­ca en gran medi­da el esti­lo tan carac­te­rís­ti­co y per­so­nal de sus letras. Ade­más, fue auto­di­dac­ta en la gui­ta­rra, empe­zó con un song­book de Pete See­ger pero nun­ca lo ter­mi­nó; gra­cias a algu­nas can­cio­nes folk que iba incor­po­ran­do a su reper­to­rio, des­cu­brió que cam­bian­do las afi­na­cio­nes de la gui­ta­rra había todo un mun­do detrás. Con todo, era recha­za­da en las bue­nas salas de con­cier­tos y tra­ba­jó de depen­dien­ta en una tien­da de ropa feme­ni­na para poder hacer fren­te a sus gas­tos. Incor­po­ra­ba can­cio­nes nue­vas a su reper­to­rio pero no le deja­ban can­tar­las en nin­gún gari­to por­que no eran suyas… así pues, empe­zó a com­po­ner sus pro­pios temas.

Se can­só de luchar con­tra los ele­men­tos, empe­zó a per­der inte­rés en la músi­ca y la com­po­si­ción. En ese pre­ci­so momen­to se que­da emba­ra­za­da, y da a luz a una niña a la que por fal­ta de medios y recur­sos tie­ne que dar en adop­ción —1965—. Según Mit­chell, el ver­da­de­ro momen­to en el que sur­ge la ins­pi­ra­ción para sus com­po­si­cio­nes vino a raíz de que­dar­se emba­ra­za­da y ver­se impo­ten­te y sin recur­sos para sacar a su hija ade­lan­te, vién­do­se obli­ga­da a dar­la en adop­ción. Muchos años más tar­de —1997— fue cono­ci­do el reen­cuen­tro de Joni Mit­chell con su hija Kilau­ren Gibb.

La frus­tra­ción inter­na… des­en­ca­de­nó la inevi­ta­ble eclo­sión crea­ti­va que esta mujer tenía den­tro. Y de qué manera.

Son cono­ci­das las letras de Mit­chell, por lo poé­ti­cas, atí­pi­cas y com­ple­jas que son; nada de cli­chés… muy poco fre­cuen­tes; y mucho menos fre­cuen­tes entre las muje­res de la épo­ca, pues­to que las gran­des artis­tas comer­cia­les solían com­prar las com­po­si­cio­nes y no com­po­ner las suyas pro­pias. Aque­llas que com­po­nían su pro­pio mate­rial por impul­so vital, tenían una cosa en común: eran suje­tos desean­tes. Así… lite­ral­men­te… suje­tos desean­tes, al mis­mo nivel que sus coe­tá­neos mas­cu­li­nos. Y eso es fru­to direc­to de la libe­ra­ción de la mujer. Libe­ra­ción que cos­tó más de lo que pare­ce. Y a los hechos artís­ti­cos me remi­to, Joni era la ÚNICA mujer sobre el esce­na­rio en The Last Waltz, y nada es por casua­li­dad. Como Joni Mit­chell: Sandy Denny de Fair­port Con­ven­tion, Nina Simo­ne, Janis Joplin… muje­res mucho más que libe­ra­das. Muje­res que sen­ta­ban para­dig­ma en un momen­to de cam­bio de men­ta­li­dad; repi­to, eran las excep­cio­nes a la nor­ma. Pero gran­des excepciones.

Ese per­fil pecu­liar o nove­do­so por enton­ces, sin­te­ti­za­ba la mujer libe­ra­da… la mujer que vivía su vida como con­si­de­ra­ra opor­tuno, al mar­gen de impe­ra­ti­vos exter­nos. Esto supo­nía que tam­bién lo hacían en el plano sexual y, cla­ro, si se libe­ra­ba la mujer… empe­za­ba pues la libe­ra­ción sexual. Ya se sabe que dos no…. si uno no quie­re —o no puede—.

Pero libe­rar­se sexual­men­te —libe­rar el deseo— intro­du­ce un nue­vo pará­me­tro en la encor­se­ta­da men­ta­li­dad feme­ni­na impe­ran­te: la frus­tra­ción del deseo. Orte­ga y Gas­set escri­bía en sus Estu­dios sobre el amor:

La exce­len­cia varo­nil (…) radi­ca en un hacer; la de la mujer en un ser y en un estar; (…) el hom­bre vale por lo que hace; la mujer por lo que es.

Esta afir­ma­ción no deja de refle­jar el reduc­cio­nis­mo de una men­ta­li­dad pasa­da. Pero un reduc­cio­nis­mo que refle­ja­ba —o deja­ba cons­tan­cia— de una reali­dad tan­gi­ble en aquel momen­to, hace no tan­tos años. Y no deja­ba de ser cier­to enton­ces… ¿Quién se pue­de o podía per­mi­tir el lujo de selec­cio­nar? Des­de lue­go en la socie­dad en la que vivi­mos noso­tros y en la que han vivi­do nues­tros padres el hom­bre era más «caza­dor» y ella, subrep­ti­cia­men­te, se «deja­ba cazar» por quien con­si­de­ra­ra o selec­cio­na­ra. Pero el hom­bre echa­ba el anzue­lo aquí y allá. Sin más. Por tan­to él «hacía»… ella «era», «selec­cio­na­ba».

Pero en el momen­to en el que esos per­fi­les feme­ni­nos empe­za­ron a libe­rar­se, tam­bién empe­za­ron a «cazar»… deja­ron de adop­tar el rol selec­ti­vo, para adop­tar el de caza­dor, el de suje­to desean­te y, por con­si­guien­te, per­fi­les suje­tos a frus­tra­ción. Por­que solo se frus­tra el que va de caza, y aca­ba lamien­do sus heri­das en soli­ta­rio y no en com­pa­ñía, como can­ta­ba Joni en Coyo­te: Whe­re the pla­yers lick their wounds

Y la nece­si­dad de trans­mi­tir emo­cio­nes —Arte— sur­ge de la angus­tia de tener­las acu­mu­la­das y qui­zá atas­ca­das… la frus­tra­ción no es más que el pito­rro de la olla a pre­sión. Si la mujer es el óvu­lo, y los hom­bres son los esper­ma­to­zoi­des… una cosa esta cla­ra, solo entra den­tro uno… y será el que ella quie­ra. Pun­to. Aho­ra bien, los que que­dan fue­ra serán los que acu­mu­len su «que­rer y no poder», los que se frus­tren… Pero el esper­ma­to­zoi­de que ha entra­do… ami­go, ese se pega­rá el atra­cón, pero jamás hará Arte, por­que no tie­ne la nece­si­dad de abrir la olla: alcan­zó su meta. Y por des­gra­cia, la his­to­ria del Arte se com­po­ne casi en su tota­li­dad de tulli­dos amo­ro­sos que jamás fue­ron capa­ces de «lle­gar a su meta u obje­ti­vo»… o, peor aún, lo pro­ba­ron momen­tá­nea­men­te, para que el deseo y el dolor fue­se más acu­cian­te al que­dar con la miel en los labios, para des­pués ver­se pri­va­dos del dis­fru­te de la con­quis­ta logra­da. Arte hace quien ha sufri­do des­amor o deseo frus­tra­do, quien deseó y no se sin­tió corres­pon­di­do o no fue desea­do de mane­ra recí­pro­ca, como res­pues­ta a su deseo; el que sufrió por que­rer y no poder; el que acu­mu­ló frus­tra­ción a cau­sa de esa situa­ción nece­si­ta libe­rar pre­sión y cana­li­zar sus emo­cio­nes hacía el exte­rior de algún modo. Unos eli­gen la Lite­ra­tu­ra, otros la Músi­ca, otros los lien­zos, otros…

Bas­ta salir a la calle, doblar una esqui­na, y nos topa­mos con este para­dig­ma una y otra vez… es cons­tan­te en las rela­cio­nes humanas.

Y enton­ces allí esta­ba Joni, úni­ca mujer sobre el esce­na­rio, jun­to a aque­llos tulli­dos del amor… tulli­dos que una vez alcan­za­do el éxi­to, con­quis­ta­ron todos los óvu­los que se les ponían por delan­te; por­que una vez que el esper­ma­to­zoi­de alcan­za el éxi­to, entra más fácil­men­te en los otros ova­rios… otra cosa es que a éstos, el esper­ma­to­zoi­de de turno, los con­si­de­re como el hogar defi­ni­ti­vo que, por lo gene­ral, no es el caso.

Por eso esta­ba Mit­chell sobre aquel esce­na­rio, por­que sus letras la colo­ca­ron allí, por­que su músi­ca la colo­có allí, por­que todos la ado­ra­ban —y ado­ran—, por­que es gran­de… tan­to o más que los que esta­ban a su lado; por­que ella era esper­ma­to­zoi­de y no óvu­lo; por­que muchos de ellos ni siquie­ra serían capa­ces de escri­bir letras como las suyas, de inter­pre­tar­las, de can­tar­las…; por­que su arte se hacía res­pe­tar por sí mis­mo; por­que ella lo valía; por­que era un suje­to desean­te, como el res­to; por­que ser ese suje­to desean­te es la pie­dra angu­lar de la his­to­ria del Rock and Roll, del Folk, del Blues…; por­que era ese espí­ri­tu libre y libe­ra­do, tan poco frecuente.

En una socie­dad encor­se­ta­da y que ha clau­di­ca­do ante la iner­cia de los usos y cos­tum­bres, quién nace y for­ja carác­ter como reac­ción a la acción de éstos, ten­drá una fuer­za pro­por­cio­nal a la opre­sión que reci­be… por ello, será más genial cuan­to más hos­til sea el medio. Y allí esta­ba Mitchell.

Es el repro­che que le pue­do hacer a mis coe­tá­neas feme­ni­nas, al menos a las de mi gene­ra­ción. Se aco­mo­da­ron en ese pro­ce­so de libe­ra­ción y… como dicen los ingle­ses… just took it for gran­ted. Se han movi­do por como­di­dad y cobar­día a base de cli­chés. Todos ñoños o par­cial­men­te cier­tos. Afor­tu­na­da­men­te, aho­ra pode­mos com­pro­bar cómo infi­ni­dad de muje­res triun­fan can­tan­do, com­po­nien­do y tocan­do… es el refle­jo de esa libe­ra­ción. Encuen­tro menos gen­te de mi gene­ra­ción de lo que cabría espe­rar, las jóve­nes le han pilla­do el tru­co mucho mejor —al menos es mi opi­nión—. Lo que es cier­to es que en todos esos casos con los que me he topa­do, cuan­do el Arte va den­tro… tam­bién va el deseo. Y esto, que hoy nos pue­de pare­cer más o menos obvio, hace déca­das era UN DESCARO. La can­tan­te, artis­ta o intér­pre­te era un flo­re­ro muy boni­to envuel­to para rega­lo que, si tenía éxi­to, ten­dría el pri­vi­le­gio de poder ele­gir lo que can­ta­ba… y luchar con­tra eso no fue fácil… por ESO Joni Mit­chell esta­ba en aquel esce­na­rio. Por eso.

Por eso, y por­que escri­bía letras como esta:

No solo las escri­bía... ade­más las can­ta­ba así... a buen entendedor...

A par­te, no pue­do evi­tar ver refle­ja­da en el carác­ter de Joni, a la mis­ma per­so­na que ron­da­ba por casa cuan­do des­cu­brí aquel con­cier­to; aso­cio el espí­ri­tu y carác­ter de ambas inevi­ta­ble­men­te des­de enton­ces. No sé a qué se debe… pero así es. Una for­ma de estar, una inge­nui­dad ini­cial que no clau­di­ca­ba al medio, unas ganas de vivir, de dis­fru­tar, un impul­so crea­ti­vo… que a unas las lle­vó por un camino y a otras por otro. Pero espí­ri­tus geme­los a fin de cuen­tas. No me cabe la menor duda. Femi­nei­dad con mayús­cu­la, aque­lla que com­bi­na la for­ta­le­za de ser mujer y la sutil deli­ca­de­za de cómo lo cuen­tan. Los hom­bres son más pro­sai­cos, menos suti­les, ya se sabe: they paved Para­di­se… put up a par­king lot

Por cier­to, en este últi­mo clip se pue­de obser­var la sen­ci­llez de la téc­ni­ca de la mano izquier­da de Joni… ¿saben a qué es debi­do? Sue­le tocar con afi­na­cio­nes abier­tas —los músi­cos enten­de­rán a qué me refie­ro—… pero, ¿saben por qué lo hacía? Como dije más arri­ba, de niña tuvo polio, y esto dejó algu­na secue­la en sus manos; para no com­pli­car­se la vida con difí­ci­les posi­cio­nes sobre el más­til, explo­ró el mun­do de las afi­na­cio­nes abier­tas, habien­do lle­ga­do a uti­li­zar más de cin­cuen­ta dis­tin­tas a lo lar­go de su carre­raya escri­bí sobre afi­na­cio­nes hace tiem­po—. De muchas de las cua­les ya ni se acuer­da. Ese es el mis­te­rio de la mano izquier­da de Mit­chell. Una niña que tuvo polio, se inven­ta y jue­ga con las afi­na­cio­nes de la gui­ta­rra con­tra la orto­do­xia de la mayo­ría de músi­cos —que ya sabe­mos cómo las gas­tan—, unas letras inme­jo­ra­bles, poé­ti­cas, bien hechas, bien can­ta­das, ento­na­das, líneas meló­di­cas de todo menos con­ven­cio­na­les… una mujer que aca­ba sien­do la úni­ca que se sube al esce­na­rio con aque­llos pie­zas del Últi­mo Vals. Tam­bién se subió con Path Metheny, Jaco Pas­to­rius, Char­les Min­gus, Her­bie Han­cock, e infi­ni­dad de ellos más… Joni Mit­chell ver­da­de­ra­men­te ES gran­de. Enorme.

Tan­to, que se dice… se comen­ta… que cuan­do los Led Zep­pe­lin fue­ron to Cali­for­nia —Going to Cali­for­nia— le can­ta­ban a la auto­ra de la can­ción «Cali­for­nia», precisamente:

Y aquí Going to Cali­for­nia:

«To find a queen without a king, they say she plays gui­tar, cries and sings… oh she sings…»

Y tan­to que can­ta­ba. Enci­ma… van los Zep­pe­lin y le dedi­can una can­ción. Pues nada.

Es pues para mi, Joni Mit­chell, un ejem­plo de cómo la fal­ta de bue­nas artis­tas feme­ni­nas no se jus­ti­fi­ca debi­do a una socie­dad machis­ta. La res­pon­sa­bi­li­dad es com­par­ti­da. ¿Cuán­tas muje­res podrían haber toma­do la vía de Mit­chell? Hay que tener en cuen­ta que la pobla­ción se divi­de, más o menos, en mitad hom­bres, mitad muje­res… no somos vein­ti­sie­te veces más hom­bres que muje­res, quie­ro decir. Ade­más, cuan­to más fuer­te sea el impul­so opre­sor —como lo ha sido en las socie­da­des patriar­ca­les de la cul­tu­ra que nos ha toca­do vivir—, mayor es el nivel de reac­ción por par­te de quién emi­te el men­sa­je artís­ti­co: acción-reac­ción.

Y aún así… la pro­por­ción en aquel esce­na­rio del Últi­mo Vals habla por sí sola. Para libe­rar­se no hacía fal­ta sola­men­te pavi­men­tar la carre­te­ra… tam­bién había que subir­se al coche, carre­te­ra y man­ta. Así lo hizo Mit­chell. Allí esta­ban los demás tulli­dos amo­ro­sos, can­tán­do­le a sus penas y a sus lamen­tos… y, por tan­to, el Coyo­te de Joni no podía estar mejor ubi­ca­do… pri­so­ner of the whi­te lines on the freeway...

Letra tra­du­ci­da de Coyote:

En fin, este artícu­lo no lo escri­bo para hacer un aná­li­sis exhaus­ti­vo de Joni Mit­chell, para eso están la web, la wiki o los libros. Pero la refle­xión ante­rior creo sí es nece­sa­ria para enten­der lo gran­de que ha sido, es y será esta mujer. Tam­bién para luchar con­tra la como­di­dad de los cli­chés esta­ble­ci­dos… redu­cir­lo todo a eso es muy cómo­do. Mover el culo cues­ta más. Y si no exis­tie­sen per­so­nas como Joni Mit­chell, Nina Simo­ne, Billie Holi­day, Elis Regi­na, etc… yo no diría ni mu. Pero el caso es que exis­tie­ron y, por tan­to, com­pro­me­ten, cues­tio­nan y echan por tie­rra la teo­ría de mucha gen­te. Fue­ron lucha­do­ras en su tiem­po, lucha­ron por su con­so­li­da­ción como muje­res libres —y desean­tes—, no como meros obje­tos de deseo. No tie­ne nada de malo ser desea­da… se com­pli­ca si no eres más que eso… desea­da; ahí sí… si la mujer se ciñe úni­ca­men­te al rol de obje­to de deseo, sola­men­te será desea­da, por­que no desea. Y en esto hay que mojar­se… enfan­gar­se. Es por esto que —en núme­ro— hay muchos más artis­tas hom­bres que muje­res —cosa que, afor­tu­na­da­men­te, ya se va corri­gien­do y nive­lan­do—. Pero la His­to­ria de varias ramas del Arte está abso­lu­ta­men­te con­di­cio­na­da por esta cir­cuns­tan­cia y des­ni­vel. Y no se pue­de cul­par exclu­si­va­men­te al machis­mo —que por supues­to fue con­di­cio­nan­te—… Hay una carre­te­ra que noso­tros no pode­mos andar por ellas, y la visión reduc­cio­nis­ta de Orte­ga y Gas­set no fun­cio­nó con Mit­chell y demás muje­res men­cio­na­das arri­ba… ¿por algo será no?

Pero todo ha cam­bia­do. Afor­tu­na­da­men­te. El espí­ri­tu desean­te feme­nino ya es mucho más tan­gi­ble y común que hace años. Hoy, el esce­na­rio de The Last Waltz habría esta­do más equi­li­bra­do. Bueno… en reali­dad hoy no exis­ti­ría un The Last Waltz por­que no hay fru­ta para com­po­ner esa mace­do­nia. No están los tiem­pos para andar hacien­do com­pa­ra­cio­nes; si lo hace­mos nos pode­mos que­mar —o no—. Pero, sin duda, en caso de pro­du­cir­se, habría esta­do más equi­li­bra­do en tér­mi­nos de géne­ro. Estoy con­ven­ci­do. Y eso es bueno.

Hoy, Joni Mit­chell se ha reti­ra­do de los esce­na­rios y se esfuer­za en dar a cono­cer la enfer­me­dad que ha desa­rro­lla­do en los últi­mos años: sín­dro­me de Mor­ge­llons. Una enfer­me­dad rara y cró­ni­ca bas­tan­te des­co­no­ci­da. Mit­chell quie­re uti­li­zar su con­di­ción de figu­ra públi­ca, para lla­mar la aten­ción sobre una enfer­me­dad ocul­ta y poco cono­ci­da, con el fin de inten­tar ayu­dar a quie­nes no tie­nen los recur­sos para pedir ayuda.

Qué impre­sio­nan­te pue­de lle­gar a ser la vida en oca­sio­nes; es gra­ti­fi­can­te com­pro­bar que hay per­so­nas que fue­ron capa­ces de cam­biar inclu­so el sen­ti­do de la pro­pia corrien­te con­tra la que nave­ga­ban… eso sí es tener méri­to. Y fuer­za. Y valor. Si Rober­ta Joan Ander­son hubie­se hecho caso a su pro­fe­so­ra de piano, hoy qui­zá segui­ría tra­ba­jan­do como depen­dien­ta en aque­lla tien­da de ropa de su juven­tud. Pero se man­tu­vo fiel a sí mis­ma, a su natu­ra­le­za, a su ins­tin­to... no dome­ñó su vida al medio en el que esta­ba por­que ella con­si­de­ró que ese medio esta­ba equi­vo­ca­do. Podría no haber­lo esta­do... o sí... el caso es que se dejó lle­var por su ins­tin­to; y otra cosa no, pero para ser capaz de dejar­se lle­var por el ins­tin­to de uno mis­mo, hay que tener mucho más valor del que pare­ce. Aho­ra, muchos años más tar­de, ya sé y ten­go muy cla­ro por qué esta­ba Joni Mit­chell sobre aquel esce­na­rio… ya no ten­go nin­gu­na duda. Aho­ra eso sí y como siem­pre… allá cada cual.

Pd.- Ver­sión «adul­ta» de Both Sides Now... de obli­ga­da escucha:

 

2 Comments Joni Mitchell, una mujer y la Música

  1. marco a rojas

    Muchos años des­pués de publi­ca­do este artícu­lo sobre ella lo leo, que bueno !! Gra­cias por compartirlo...

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