Carta abierta al ministro de Cultura José Ignacio Wert (2012) en respuesta a la entrevista publicada en Rolling Stone el día 5 de abril de 2012.
Estimado Sr. Ministro…
¿De qué «Guindos» se cae usted? Con todos mis respetos y sin acritud… ¿sabe usted de lo que está hablando?
Debo decirle que su entrevista me ha lanzado un par de dardos envenenados que, a pesar de haberlo intentado, no he sido capaz de esquivar… me han alcanzado y dolido. Querría dejar sus palabras al margen de mis preocupaciones cotidianas, pero el sentido común me impide conseguirlo.
No me preocupa tanto que se digan cosas como «los músicos tendrán que acomodarse a esta situación. Probablemente deberán cobrar menos y conseguir que se involucre más la iniciativa privada, los patrocinadores…». Me preocupa, sobre todo… que lo diga el ministro de Cultura. Me veo obligado a deducir de su aserción que no sabe de lo que está hablando… y eso, viniendo de quien viene, no es admisible. Lo siento, pero no lo es.
Siendo esta una carta abierta, quizá no debería remitirle a un documento (Pajaros_y_Semillas_2011) que yo mismo elaboré en relación al papel del ministerio de Cultura —y/u otras instituciones— en relación a la Música y su industria. Sin ánimo de ser pretencioso, créame que ese documento le podrá ser útil, al menos, para comprender la perspectiva de aquellos a los que menciona en su entrevista, los músicos. Sí porque… ¿no creerá usted de veras que la industria nos representa?
Permítame la osadía de explicarle algo que, como ministro de Cultura, debería usted saber y, mucho me temo, no es el caso —tampoco lo era el de su antecesora—. ¿Sabe usted acaso cuál es el verdadero valor de un músico-compositor más allá de clichés y a diferencia del resto de artistas?
El músico-compositor es el único artista capaz de generar riqueza susceptible de ser propagada, reproducida, reinventada, reinterpretada, infinitas veces, en diferido —post mórtem—… y sin que ustedes —instituciones— pongan un duro.
Cuando un pintor finaliza su obra, ésta podrá generar riqueza en el futuro; cuando un escultor termina su obra, ésta podrá generar riqueza en el futuro; cuando la señora González-Sinde termina un largometraje, éste podrá generar riqueza en el futuro… pero ninguna de esas obras será la herramienta con la que miles, quizá millones de individuos por todo el mundo, se ganen los cuartos para poder comer —en sentido literal—. Incluso después del fallecimiento del artista-autor.
Las composiciones musicales son creaciones que adquieren vida propia, viven por sí mismas en la psique de infinidad de individuos al margen —y más allá— del autor que las creó. Una escultura no se reproduce miles de veces —al menos no es su propósito, otra cosa es que se pretenda hacer con ello merchandising, en cuyo caso estamos hablando de otra cosa—. Lo mismo pasa con un cuadro… sí, puede convertirse en un icono… podrá ser reproducido en infinidad de ocasiones, pero el original es un tangible irrepetible.
Sin embargo, la obra de un músico está sujeta a constante reinterpretación… esa reinterpretación —si la composición lo vale— alimenta en sentido literal a millones de personas. Sí… no me quedo corto… a millones. Todo ello sin que ustedes —repito, instituciones— pongan un duro.
Dice usted que le gustan los Beatles… ¿sabe cuántas veces habrá sido interpretada —por otros individuos— «Hey Jude»? ¿Cuántas veces habrá sido interpretada… y reinterpretada —¿puede algo ser más versátil que eso?—? ¿Se da usted cuenta del potencial alcance de una buena composición? ¿Cuántos músicos habrán interpretado «Yesterday» en el metro de infinidad de ciudades por todo el mundo para intentar subsistir? ¿De quién parte esa «herramienta» que les permite sacar cuatro duros sin la ayuda de nadie?
Las buenas composiciones se perpetúan en el tiempo sin ninguna ayuda institucional, lo hacen ellas solitas y, para colmo, dan de comer a quienes las interpretan. Por eso, las buenas composiciones son tan jugosas para la industria —son objetos que se venden por sí solos, juegan con las emociones humanas, con nuestros sentimientos—. El problema, es que en infinidad de ocasiones, ser capaces de identificar aquellas que aguantarán el paso del tiempo requiere bastante rodaje, práctica y estar curtido en el terreno —como sucede con cualquier otro Arte, qué demonios—. El caso es que unas se perpetúan —al margen de industrias— y otras no.
Entonces… llega usted —ministro de Cultura—, y declara públicamente «Estamos en la protección más rigurosa de los creadores» y «Probablemente deberán cobrar menos y conseguir que se involucre más la iniciativa privada»… y se queda tan ancho. Eso solo demuestra no tener NI IDEA de lo que está diciendo; desconocimiento del medio total y absoluto.
Su frase está mal enunciada y eso, como compositor que soy, no se lo puedo permitir… lo correcto habría sido decir: «Estamos en la protección más rigurosa de la industria musical». La misma que se nutre y abusa de compositores, ESOS a los que no les reconocen importancia alguna, en ocasiones, ni sus padres —salvo, si ganas dinero, en cuyo caso sí—.
¿Cobrar menos por las actuaciones?... ¿Pero acaso es usted consciente de lo que cobra un músico al uso por una actuación?... ¿y cómo lo cobra?... ¿y cuándo? Sepa que miles de trabajadores de la Música en este país se acaban de acordar de usted al leer esas palabras. Yo, como le dije… no solo me he acordado, también tomé la decisión de remitirle esta carta abierta. Desconozco si le llegará, pero al menos le responde.
En este país nuestro —de farsa y absurdo— no existe «ocupación» —ya ni me atrevo a llamarle trabajo puesto que todo se cobra en negro— más denostada que la de músico. Y por favor, no busque los cuatro casos visibles gracias a la industria… ese NO ES el músculo musical de este país… lo que la industria difunde NO ES en ningún caso representativo de lo que se hace aquí… en España, que es mucho y bueno.
¿Mucho y bueno?... entonces… ¿cómo se explica la tremenda crisis que vive el sector? —se preguntará usted—; la industria musical en España está en crisis, porque la propia industria musical ES el problema. Ni más, ni menos. La mentalidad especuladora no se materializó solamente en el ladrillo… esa misma cultura la hemos impregnado los españoles hasta en las servilletas de los bares… ¿qué esperábamos?
Por tanto, como músico y compositor al uso —soy nada y nadie— le ruego como ministro de Cultura que es: ¡hable con propiedad! Le ruego que se ajuste a la realidad y banalice lo menos posible en relación a nosotros… que ya bastante tenemos con tener que aguantar la mierda de vida que llevamos gracias, en parte, al abandono de las instituciones de este país. Ya ni le pido que nos ayude… sencillamente que nos deje en paz… cuando salga de la habitación, tenga la delicadeza de cerrar la puerta por fuera y poner el cartel de «No Molestar» en el picaporte. No solo tenemos que aguantar a farsantes con ínfulas de empresarios musicales —tuercebotas mal educados, para que me entienda—, cobrar en negro, no tener estabilidad y reconocimiento alguno, trabajar mal, tarde y poco… para que encima aparezca el ministro de Cultura diciendo que nosotros… debemos cobrar menos. La mayoría del dinero que recibimos NI SIQUIERA está registrado en hacienda… por tanto, en términos oficiales, ¿cómo podemos cobrar menos que 0€?
Pues yo se lo diré… pagando. ¡Ah!... ¿Que no lo sabe?... en ocasiones son los propios artistas los que alquilan las salas para poder dar conciertos… ¿no sabía? Bueno, pues ya se lo hago saber en esta carta.
De modo que en lo que a nosotros concierne, recorte usted lo que le dé la gana, puesto que los músicos-compositores-intérpretes de base NO recibimos rigurosamente ninguna ayuda por parte de las instituciones; ni siquiera de manera indirecta a través de una buena regulación laboral —quien sí recibe esas ayudas es la industria y todos aquellos que están en mayor o menor medida relacionados con aquella—… pero la base, la gente que anda por la carretera, por los bares, los que pagan para alquilar una sala para poder dar un concierto de quintas a brevas, llevamos toda la vida acostumbrados a no existir y a no estar regulados —de facto—.
Pero al menos, por el cargo que ostenta, muestre un poco de respeto por un colectivo mancillado y utilizado por unos y otros con fines más bien ajenos a lo nuestro… la Música. Este colectivo nuestro se ha curtido —y curte— a base del olor ácido a vómito atabacado que emana de los gaznates estresados de las noches fiesteras de nuestra España rural… suficiente vómito. Guárdese el suyo —el dialéctico— para usted. Por nuestra parte estamos servidos.
Y sepa que, por suerte, alguna ventaja habría de tener vivir al margen de esta industria zafia, hipócrita, ladrona, cínica, rastrera, ególatra y paleta… la mayor y mejor ventaja: la libertad. Ser libre.
Ser libre para poder decirle con todo respeto y sin acritud… señor ministro por favor… no nos toque las pelotas, y métase en lo suyo, que NO es en ningún caso el colectivo de músicos y creadores musicales de este país. Cíñase a la industria, y déjenos en paz a los MÚSICOS… que bastante tenemos ya.
¡Ah! Y al salir y cerrar la puerta por fuera, no olvide dar recuerdos a la procaz señora González-Sinde… quizá no lo sepa usted, pero a pesar de su apariencia zangolotina, nos tocó las pelotas a los músicos de manera tan soez e hipócrita que aún conservo doloridos los conductos deferentes. Con todos mis respetos, eso sí.
Sin más asunto reciba un cordial saludo,
Luis Asiaín.
Pd.- Dedico de todo corazón estas palabras a TODOS LOS MÚSICOS DE ESTE PAÍS, hombres y mujeres que sufren cotidianamente la frustración de no realizarse en términos vitales por culpa de una sociedad que ha decidido abandonarse, dejarse llevar, alienarse. Hoy está más valorado un individuo al que no le tiembla el pulso al firmar un desahucio (porque es su deber), que cualquiera que se dedique al Arte (y no gane buen dinero... claro).
Enrique Dans difunde la carta:
Y el ministro reacciona: