Ravel, la proporción áurea y Biutiful

Hay una pie­za por la que ten­go espe­cial pre­di­lec­ción. For­ma par­te del con­cier­to para piano en sol mayor de Mau­ri­ce Ravel... se tra­ta del segun­do movi­mien­to Ada­gio assai en mi mayor. Es algo, al menos para mi, subli­me… y me que­do cor­to. Se tra­ta de una pie­za con la que siem­pre gene­ro un dia­lo­go interno de balan­ce posi­ti­vo… es una espe­cie de aspi­ri­na psi­co­ló­gi­ca que, en ple­na tor­men­ta emo­cio­nal, en pleno con­tu­ber­nio entre la baja y alta moral, en medio de esa lucha inter­na para equi­li­brar la balan­za, siem­pre incre­men­ta pun­tos en el lado de la moral alta. Sin duda. Pero ade­más lo hace de una mane­ra subli­me, magis­tral, bellí­si­ma, genial. Conoz­co pocas cosas tan bellas y, para mi gus­to, tan bien plan­tea­das. De hecho, me gus­ta tan­to, que en oca­sio­nes me pon­go ner­vio­so de lo que me gus­ta… es como cuan­do alguien no pue­de aguan­tar la belle­za de un cua­dro de tan bello que es.

Hace años, cuan­do des­cu­brí el efec­to que esta pie­za ejer­cía sobre mi esta­ba, en tér­mi­nos emo­cio­na­les, en un esta­do deplo­ra­ble. Aho­ga­do por una serie de frus­tra­cio­nes vita­les y por sen­tir­me enca­jo­na­do y aco­rra­la­do, lle­ga­ba a casa del tra­ba­jo y me tum­ba­ba en el sillón sin más. Andu­ve inves­ti­gan­do una serie de dis­cos que tenía guar­da­dos de músi­ca clá­si­ca entre los que se encon­tra­ba uno de Ravel. Siem­pre me encan­tó el Bole­ro pero, lo cier­to es que Ravel es mucho más que eso, y los que no somos espe­cia­lis­tas en la mate­ria, los que no somos espe­cia­lis­tas en músi­ca eru­di­ta, tene­mos esa mara­vi­llo­sa ven­ta­ja de ir des­cu­brien­do cosas con los años que aún te mue­ven por den­tro. Des­cu­brir algo por pri­me­ra vez siem­pre tie­ne un pun­to mara­vi­llo­so… un pun­to de ino­cen­cia fren­te a la belle­za que des­en­ca­ja al menos pin­ta­do. Eso me suce­dió con esta pieza.

En sen­ti­do esté­ti­co, se me anto­ja como un diá­lo­go melan­có­li­co con el Hom­bre, espe­cial­men­te con el Hom­bre en bajón aní­mi­co. Cuan­do que­re­mos hablar de igual a igual, cuan­do que­re­mos que una inter­lo­cu­ción sea efec­ti­va y de veras cum­pla su obje­ti­vo, ambos inter­lo­cu­to­res deben poner­se al mis­mo nivel… es decir, no se debe hablar con un niño des­de la altu­ra físi­ca y psi­co­ló­gi­ca del adul­to… se debe hin­car la rodi­lla en el sue­lo y hablar ojo con ojo y a su mis­mo nivel de niño.

Esto es lo que me pare­ce que sin­te­ti­za esta pie­za… hin­ca la rodi­lla en el sue­lo pero, lo hace para poder aga­rrar­le a uno por los hom­bros y levan­tar­le hacia arri­ba… el balan­ce final de esta obra siem­pre es posi­ti­vo; sí, es cier­to, lo hace des­de una pers­pec­ti­va melan­có­li­ca… pero es que eso es pre­ci­sa­men­te hin­car la rodi­lla en el sue­lo, hay que poner­se al nivel del esta­do de áni­mo caren­te para poder ele­var­lo a pos­te­rio­ri. Si el esta­do de áni­mo de alguien lo com­pa­rá­se­mos con hoja­ras­ca seca, caí­da de un árbol en perío­do oto­ñal, esta pie­za de Ravel sería una sua­ve bri­sa que baja al sue­lo leve­men­te, envuel­ve y mece los des­per­di­ga­dos y des­orien­ta­dos res­tos secos, los ele­va con sua­vi­dad has­ta la rama de la que caye­ron y, mila­gro­sa­men­te, los inten­ta reco­lo­car nue­va­men­te en su mis­mo lugar. Lo con­si­gue… no lo con­si­gue… es irre­le­van­te, eso ya depen­de de cada uno… lo ver­da­de­ra­men­te impre­sio­nan­te es que lo inten­ta. ¿Cómo es capaz alguien de com­po­ner algo tan gran­de? Pues así es.

La pie­za dia­lo­ga con uno mis­mo des­de la mis­mí­si­ma pri­me­ra nota… (aquí inter­pre­ta­do por Artu­ro Bene­det­ti Miche­lan­ge­li)

(Des­de 0:03 en ade­lan­te… —siguien­do el minu­ta­je de este vídeo—; leer des­pa­cio, acom­pa­ñan­do la música)

La músi­ca esta­ble­ce un pun­to de situa­ción, habla, pre­gun­ta… ¿bueno, qué pasa? cer­ti­fi­ca que efec­ti­va­men­te, algo pasa… y dia­lo­ga con la psi­que del oyen­te. Es un dia­lo­go cons­tan­te y pro­fun­da­men­te emo­cio­nal, casi mater­nal. Se pone a la altu­ra del hipo­té­ti­co esta­do de áni­mo del oyen­te. Lo entien­de… ofre­ce com­pren­sión, tan nece­sa­ria para poder salir de un esta­do de áni­mo caren­te.

1:39… ini­cia un ascen­so en el pro­ce­so de aná­li­sis has­ta 2:46 tan sutil, tan imper­cep­ti­ble que casi pasa des­aper­ci­bi­do… con lige­ras ten­sio­nes que van cons­ta­tan­do los altos y bajos vita­les. La hoja­ras­ca está en el sue­lo y, sin casi ser per­cep­ti­ble, una sua­ve bri­sa está a pun­to de entrar en escena…

En 3:05 entran los ins­tru­men­tos… la inevi­ta­bi­li­dad de algu­nos suce­sos de la vida. Ten­san allí… rela­jan aquí… Con­tex­tua­li­zan un esta­do de áni­mo que, a par­ti­da, se barrun­ta bajo.

4:06… momen­to de intros­pec­ción, el piano entra de nue­vo en dia­lo­go, dia­lo­ga con uno mis­mo… en esta oca­sión ya con el arro­po de algu­nos ins­tru­men­tos de fondo.

5:10… momen­to de ten­sión ascen­den­te, una intros­pec­ción más o menos obse­si­va… carac­te­rís­ti­ca de quien que­da atas­ca­do en un razo­na­mien­to autodestructivo.

5:48… se incre­men­ta esa ten­sión… insis­ten­cia… aquí ya no hay retorno. Este momen­to en la dura­ción de la obra equi­val­dría a la pro­por­ción áurea (leer más abajo).

6:10… El pun­to ante­rior desem­bo­ca en ten­sión… casi ansie­dad… la vida misma…

6:24… has­ta lle­gar a un mara­vi­llo­so clí­max… subli­me, magis­tral, impre­sio­nan­te… bellí­si­mo… en este momen­to la Músi­ca aga­rra la psi­que sua­ve­men­te, para sacar­la de la ten­sión, de la ansie­dad, del ago­bio vital… una caden­cia sua­ve, una melo­día sen­ci­lla y al mis­mo tiem­po bella, nada com­ple­ja —faci­li­tan­do así la empa­tía del que escu­cha; no es nece­sa­rio ser eru­di­to para enten­der esto y dis­fru­tar­lo—… inevi­ta­ble, impa­ra­ble, cícli­ca… el vien­to cen­tri­fu­ga la hoja­ras­ca del sue­lo, la des­ubi­ca del lúgu­bre lugar en el que se encuen­tra para ele­var­la aní­mi­ca­men­te has­ta la rama de la que cayó. Una genia­li­dad. Una espe­cie de abra­zo maternal/musical, con todo el cari­ño de una madre por un hijo de meses, que lo pro­te­ge en todo momen­to. La tran­qui­li­dad de un rega­zo, en este caso musi­cal. Si exis­tie­se un úte­ro musi­cal en el que la psi­que se pudie­se refu­giar des­pués de haber naci­do y toma­do con­cien­cia de sí mis­ma… sin duda, este sería el lugar.

8:14… las hojas se vuel­ven a colo­car en sus ramas… que­dan­do, mila­gro­sa­men­te, mejor colo­ca­das y en mejor lugar del que estaban…

8:43… hacia el final… inexo­ra­ble deve­nir vital… todo que­da en paz. Y la vida sigue. Bella e incombustible.

Es de tal belle­za que abru­ma, inquie­ta, pone ner­vio­so lo emo­cio­nal­men­te inte­li­gen­te y acer­ta­da que es esta pie­za. ¿Cómo alguien pudo sin­te­ti­zar una abs­trac­ción de pen­sa­mien­to de mane­ra tan subli­me? ¡Bull­se­ye! Al menos, esta es mi for­ma per­so­nal de ver esta pie­za. Me ha acom­pa­ña­do en infi­ni­dad de oca­sio­nes en mi vida y el balan­ce siem­pre es posi­ti­vo. Las per­so­nas que nos sen­ti­mos bien gra­cias a pie­zas como esta, esta­mos en deu­da con sus auto­res ori­gi­na­les ¡qué duda cabe! Han brin­da­do belle­za, paz emo­cio­nal, orden en la psi­que al res­to de los mor­ta­les… podrán ser obras que pasen des­aper­ci­bi­das por ahí… es posi­ble, pero no mue­ren por­que no pue­den morir. Podrán no ser mediá­ti­cas, podrán no estar pre­sen­tes has­ta en la sopa como todo lo con­su­mi­ble de hoy día… pero tie­nen vida pro­pia, no pue­den morir por­que apor­tan dema­sia­do a las per­so­nas. Antes o des­pués… aquí o allí… resur­gen, apa­re­cen para trans­mi­tir su sín­te­sis vital. Hay cosas que sen­ci­lla­men­te son genia­li­da­des incues­tio­na­bles. Es una pena que no todo el mun­do las dis­fru­te y uti­li­ce para lo que fue­ron con­ce­bi­das, para trans­mi­tir belle­za a los demás, belle­za idea­da, con­ce­bi­da y dise­ña­da por noso­tros mis­mos, que somos capa­ces de lo peor… pero tam­bién de lo mejor. Son esas con­tra­dic­cio­nes las que nos carac­te­ri­zan como espe­cie… creo yo.

En cier­to modo, esta pie­za no deja de ser una metá­fo­ra mis­ma de la vida… el trans­cur­so hacia la reso­lu­ción de un con­flic­to sue­le ser siem­pre más lar­go que la vuel­ta a la nor­ma­li­dad pos­te­rior. De hecho, me sor­pren­de una coin­ci­den­cia en esta pie­za. Resul­ta que el momen­to de ascen­so a la libe­ra­ción, el momen­to que arri­ba apa­re­ce en el minu­to 5:48, coin­ci­de de mane­ra pro­por­cio­nal más o menos, con la divi­sión en dos de un seg­men­to guar­dan­do la pro­por­ción áurea. Vamos, con el núme­ro áureo. Ravel tenía amis­tad con mate­má­ti­cos de su épo­ca y, qui­zá, este fac­tor no sea mera casua­li­dad. Pero es algo que, me temo, yo no podré corro­bo­rar. Ni pre­ten­do hacerlo.
Midien­do la dura­ción de la pie­za, en este caso 9:27, obser­va­mos que el momen­to de ascen­so al clí­max se pro­du­ce en el minu­to 5:48 más o menos.

La rela­ción áurea sur­ge de un seg­men­to, de tal for­ma que al divi­dir­lo en dos —a, b—, ambos seg­men­tos guar­dan la siguien­te rela­ción: la lon­gi­tud total a+b es al seg­men­to más lar­go a, como a es al seg­men­to b. O sea

a+b/a = a/b

Para sacar el valor del núme­ro áureo equi­va­len­te a la rela­ción a/b, hace­mos el siguien­te cálcu­lo sen­ci­llo que se pue­de encon­trar en wiki­pe­dia:

Damos a b el valor 1: (a+1)/a = a

Mul­ti­pli­ca­mos ambos miem­bros por a: a+1=a^2

Ecua­ción de segun­do gra­do. La solu­ción posi­ti­va es:

Para cal­cu­lar el momen­to exac­to den­tro de esta ver­sión que tene­mos, vamos a par­tir de la base de que a+b (la dura­ción total, el seg­men­to base) dura 9:27 minu­tos o, lo que es lo mis­mo, 567 segun­dos. Evi­den­te­men­te, es inve­ro­sí­mil que Ravel cal­cu­la­se —en caso de que esta espe­cu­la­ción fue­se cier­ta— la rela­ción áurea en base al tiem­po de repro­duc­ción de la pie­za. No ten­dría sen­ti­do. Este cálcu­lo no es más que una espe­cu­la­ción, una apro­xi­ma­ción que lla­ma la aten­ción y hace pen­sar que qui­zá, debi­do a sus amis­ta­des con mate­má­ti­cos, intro­du­jo este gui­ño curio­so a la pro­por­ción áurea. Por tan­to hacer estos cálcu­los en base al tiem­po que dura la inter­pre­ta­ción de la obra no es más que barrun­tar algo de mane­ra tos­ca. En caso de que el posi­cio­na­mien­to del ascen­so al clí­max tuvie­se rela­ción con  la pro­por­ción áurea, cabría supo­ner que el autor lo hubie­se ubi­ca­do en la pie­za de cual­quier mane­ra más orto­do­xa. Repi­to, esta no es más que una espe­cu­la­ción… un cálcu­lo… a ver qué pasa.

Enton­ces ya sabe­mos el valor de la rela­ción áurea a/b… tam­bién sabe­mos que a+b/a es igual a dicha rela­ción y tam­bién, que a+b —tiem­po total— es de 567 segun­dos. Por tanto:


Si divi­di­mos el valor de a por 60 para cal­cu­lar los minu­tos obte­ne­mos 5,84… (5 minu­tos); mul­ti­pli­ca­mos 0,84 por 60 para cal­cu­lar los segun­dos (50,4 segun­dos)… por tan­to, el seg­men­to a va del ini­cio has­ta el momen­to 5:50 segundos.

Habrá que obviar las posi­bles impre­ci­sio­nes por el uso de lar­gas cifras deci­ma­les o por el cálcu­lo del tiem­po de mane­ra no exac­ta ya que se tra­ta de un vídeo… obser­va­mos que el ascen­so al clí­max se pro­du­ce en esta ver­sión en el minu­to 5:48. Evi­den­te­men­te no es lo mis­mo, pero más o menos está en el lugar correcto.

Si a dura 5:50 minu­tos (350 segun­dos), b dura­rá enton­ces 3,37 minu­tos (217 segun­dos). Ya sabe­mos que el total a+b equi­va­le a 9:27 minu­tos (567 segundos).

Pues bien, si estos datos son correc­tos y están bien cal­cu­la­dos, debe­rían cum­plir la pro­por­ción áurea.

Por tan­to a+b/a = 567/350 = 1,62

Y a/b = 350/217 = 1,61290…

No obte­ne­mos la igual­dad entre ambas rela­cio­nes, ni el núme­ro áureo exac­to… pero cer­ca anda. Tenien­do en cuen­ta que el cálcu­lo se rea­li­za sobre la dura­ción de una ver­sión de cd col­ga­da en la red… habría que sumar­le un cier­to mar­gen de inco­rrec­ción por los datos dis­po­ni­bles. Pero las mate­má­ti­cas hablan por sí solas… y esta­mos hablan­do de una pro­por­ción, deta­lle que hay que tener en cuen­ta por­que debe­ría ajus­tar­se más o menos a la reali­dad de cual­quier ver­sión —en caso de ser cier­ta esta rela­ción— inde­pen­dien­te­men­te de la dura­ción total de la inter­pre­ta­ción. Es algo proporcional.

¿Posi­cio­nó Ravel ese ascen­so al clí­max en ese pre­ci­so pun­to de mane­ra deliberada?

Pues vaya usted a saber… des­de lue­go des­co­noz­co el dato, pero esta rela­ción siem­pre me ha lla­ma­do la aten­ción. Podría ser algo arbi­tra­rio… podría; podría ser que res­pon­die­se a algún jue­go con alguno de sus ami­gos mate­má­ti­cos o, sen­ci­lla­men­te fru­to de su pro­pia volun­tad… podría. No creo mucho en casua­li­da­des en rela­ción a estos crea­do­res… si son capa­ces de hacer pie­zas tan bellas… no sé, ten­go ten­den­cia a pen­sar que nada es casua­li­dad; no crea­ban estas cosas de mane­ra arbi­tra­ria… sabían per­fec­ta­men­te lo que hacían y lo hacían con toda pre­me­di­ta­ción. No creo que estas pie­zas sean gran­des por mera casua­li­dad o arbi­tra­rie­dad pero… en caso de que así fue­se… ¡qué mara­vi­llo­sa casua­li­dad mal­di­ta sea!

Todo este post sur­ge a raíz de la pelí­cu­la que vi ayer noche: Biu­ti­ful, de Ale­jan­dro Gon­zá­lez Iñá­rri­tu. Una pelí­cu­la muy reco­men­da­ble en la que el pro­ta­go­nis­ta Uxbal —Javier Bar­dem— podría equi­va­ler per­fec­ta­men­te a la hoja­ras­ca de la que hablo más arri­ba. Tan­to, que has­ta por la temá­ti­ca me ha recor­da­do al cie­rre de nues­tro dis­co del pro­yec­to Trio­lo­cría, la can­ción Las Nor­mas. Pero no des­ve­la­ré argu­men­tos para no fas­ti­diar­le la pelí­cu­la a nadie.

Lo que está cla­ro, es que Gon­zá­lez Iñá­rri­tu debe haber vis­to algo simi­lar en esta pie­za a lo que expon­go arri­ba, por­que me sor­pren­dió el acier­to que tuvo al poner­la como músi­ca final acom­pa­ñan­do los títu­los de cré­di­to (sí… esa cosa des­apa­re­ci­da que sue­le venir des­pués de una pelí­cu­la, pero que en Espa­ña se ha deci­di­do erra­di­car por com­ple­to de la emi­sión de cual­quier tele­vi­sión por mor de la publi­ci­dad. Erra­di­ca­dos inclu­so de la tele­vi­sión públi­ca, que ya no tie­ne publi­ci­dad —en teo­ría—. Sí… allí don­de apa­re­cen todas las per­so­nas que han par­ti­ci­pa­do en una película/proyecto y allí don­de se les reco­no­ce públi­ca­men­te el méri­to por su tra­ba­jo; el úni­co pun­to en el que TODOS los par­ti­ci­pan­tes de un pro­yec­to son reco­no­ci­dos y que, curio­sa­men­te, al Minis­te­rio de Cul­tu­ra pare­ce no impor­tar­le en abso­lu­to… pare­ce que el Minis­te­rio se preo­cu­pa con arbi­tra­rie­da­des más con­cer­nien­tes a la indus­tria y algo que es tan sen­ci­llo como la cen­su­ra sis­te­má­ti­ca del reco­no­ci­mien­to de TODOS los par­ti­ci­pan­tes de TODAS las pelí­cu­las emi­ti­das en TODAS las cade­nas de tele­vi­sión pare­ce no tener rele­van­cia algu­na; no deja de ser curio­sa la hipo­cre­sía ins­ti­tu­cio­nal… como siem­pre. Nada nue­vo).

Esta pie­za le venía como un guan­te al pro­ta­go­nis­ta. La vida des­de lue­go está lle­na de mati­ces… estos mati­ces se sin­te­ti­zan a tra­vés de expre­sio­nes artís­ti­cas… algu­nas de ellas, son tan bue­nas y acer­ta­das, que ganan vida por sí mis­mas y sobre­vi­ven ellas solas al cabo de los años… pasan­do por la psi­que de unos y de otros. Esas son las crea­cio­nes gran­des. El hecho de que Gon­zá­lez Iñá­rri­tu haya ele­gi­do esta pie­za para sus cré­di­tos, no hace más que per­pe­tuar su difu­sión, cosa que le dará otro empu­je a tra­vés del tiem­po a la obra… si que­da­ba en el fon­do, reflo­ta… y así suce­si­va­men­te. Pero solo reflo­ta lo que tie­ne capa­ci­dad de per­du­rar y esta obra, sin duda, está sobra­da­men­te legi­ti­ma­da para ello. Son obras que, por suer­te, ya están por ahí… exis­ten… cir­cu­lan por un canal, por otro… tan solo hay que parar un momen­to y escu­char… pero eso, en los tiem­pos que corren… ya es otro can­tar. Allá cada cual.
PD.- Me gus­ta el con­cier­to para piano en sol mayor de Ravel. Mucho. Aquí inter­pre­ta­do por Martha Arge­rich. Es ver­da­de­ra­men­te gran­de... para mi gusto.