MRM — Primer amor

Micro­rre­la­to Musical

Parade — Tape

Nacho se encuen­tra inmer­so en los rigo­res emo­cio­na­les más inten­sos de la ado­les­cen­cia. Su madre le dice que no hay amor como el pri­me­ro, los que ven­gan des­pués serán amo­res... pero de otro tipo. La ino­cen­cia, la inge­nui­dad, la inten­si­dad... es el momen­to, su tiem­po y espa­cio. Si esto sale mal... no habrá más. Al menos, eso es de lo que está con­ven­ci­do aho­ra... con die­ci­sie­te. Lo que ven­ga des­pués ya se verá. De momen­to es el fin del mun­do. El fin de su mun­do claro.
Ella le espe­ra enguan­ta­da, bien abri­ga­da y con la bufan­da has­ta los ojos... en par­te por el frío, en par­te por ver­güen­za. Al encon­trar­se se miran con ter­nu­ra... una ter­nu­ra espon­tá­nea, pro­pia de los pri­me­ros amo­res, sin doble­ces, sin com­ple­ji­da­des... man­te­nien­do siem­pre, eso sí, las apa­rien­cias por temor al ridícu­lo, ese atá­vi­co mie­do adolescente.
Nacho se fija en sus carri­llos son­ro­sa­dos y car­no­sos aso­man­do por la bufan­da y en sus ojos acris­ta­la­dos por el frío. Se dan dos besos y ella, con la nariz, le deja dos mar­cas de hume­dad en las mejillas...
– ¡Per­do­na! Se me cae el moquillo...
– Tranquila...
Sin dema­sia­da pla­ni­fi­ca­ción se ponen a andar. Muy len­ta­men­te y con las manos meti­das en los bol­si­llos van bajan­do la calle Caba­lle­ros, char­lan de todo y nada. Se dis­fru­tan. Ambos se tie­nen ganas. Al final de la calle, cru­zan­do el arco, aso­ma el valle... ese lien­zo de tie­rra eter­na que se extien­de a los pies de la ciu­dad. La luz se mues­tra fría y hui­di­za, pero mere­ce la pena. Muer­tos de frío se sien­tan en un ban­co para ver el típi­co atar­de­cer pre­ma­tu­ro pro­pio de cual­quier noviem­bre; tenien­do en cuen­ta el frío que hace, esa visión no deja de ser un mero pre­tex­to como es obvio. Pero es que ya lo dice la madre de Nacho, no hay amo­res como el primero.